Confesiones: El perro y la Friendzoneada

Imagen: Google

Cuando la vida te dice que no, es mejor hacerle caso…

Estaba prácticamente comenzando la universidad, tenía 17 años recién cumplidos,  aún seguían presentes los bonitos recuerdos de la secundaria. Un día, voy caminando tranquilamente  por los pasillos de la uni cuando lo vi y quedé totalmente flechada; era un chico muy, muy guapo. Le dije a mi amiga que había visto a alguien que me había cautivado, ella me pidió que se lo mostrara y me dijo “¡Ohh si, es realmente guapo, tienes que conocerlo!”

Días después, coincidimos. Mi amiga y él tenían amigos en común y nos presentaron. Él tenía cara de inocencia, de ser un chico tímido y callado; me cayó bastante bien, fue simpático. Después de allí, yo lo veía muy a menudo en las horas libres que tenía entre clase y clase y me ponía a charlar con él, eran conversaciones largas y extendidas, en una de esas le comenté que me habían dejado un trabajo, pero que no sabía cómo llevarlo a cabo porque era algo muy inusual y  me dijo que no había problema con eso, que él me podía ayudar porque había hecho algo parecido ("¡Perfecto!", dije yo para mis adentros). Intercambiamos teléfonos, correos, Skype, Facebook, para él enviarme toda la información posible. Un día nos reunimos en la uni para explicarme cómo era todo el proceso que conllevaba dicho trabajo, debo decir que era pésimo explicando, no entendía absolutamente nada, ja ja ja. Pero era porque estaba nervioso, hablaba en un tono de voz muy bajito y no le escuchaba prácticamente nada. Me fui ilusionando con el pasar del tiempo, hablábamos todos los días, me empezó a gustar bastante.

            Un día mi amiga le dijo a uno de sus amigos que a mí me gustaba ese chico y él dijo que no perdiera mi tiempo, que ese chico era un ¡Perro!, un pica flor, y yo no lo podía creer porque su personalidad demostraba lo contrario.

            Luego perdimos prácticamente el contacto, la verdad no recuerdo por cuál razón. Llegó un nuevo semestre y teníamos horarios diferentes, seguíamos hablando por teléfono, pero no con la misma frecuencia de antes; se había perdido la chispa.

            Pasó un tiempo y conseguí un trabajo dedicado a lo que estaba estudiando, yo estaba sola, necesitaba compañeros, hasta que un día mi jefe me dijo que íbamos a necesitar a alguien más, y éste chico andaba en busca de trabajo, me pareció una buena idea decirle. A su llegada, se convirtió en un trabajo genial, la pasábamos bastante bien, casi siempre nos dejaban solos, y esos ratos a solas se convertían en momentos de jugueteos entre los dos, siempre me hacía cosquillas de una forma que me encantaba, eran momentos subidos de tono, y mientras eso pasaba, él me iba encantando más y más, claro, nunca sucedió lo que se están imaginando sus mentes retorciditas ja ja ja. Con esas actitudes, él me daba a entender que yo le gustaba, yo se lo contaba a mis amigas y ellas opinaban igual.

            Un día decidí contarle que él me encantaba, que estaba enamorada de él, cuando mi sorpresa fue que él no me veía de la misma forma en que yo lo hacía, que solo me veía como una amiga, como se dice comúnmente, me dejó en la  “friendzone”. Yo me quedé helada, era la primera vez que me rompían el corazón, se sentía tan feo. Pasé días llorando, las lágrimas se me salían solas donde sea que estuviera, en el trabajo trataba de controlarlo porque estaba él allí, pero me volví antipática y fría. Pasó un tiempo y yo empecé a tratarlo normal de nuevo, solo que sin la ilusión de antes, porque con todo y eso que había pasado, habíamos estrechado unos lazos de amistad. Yo aún no entiendo cómo pude volverme una de sus mejores amigas y él uno de mis mejores amigos. Después de todo, quizás porque ya yo me había desencantado de él cuando me dijo lo que me dijo, nos volvimos “bff”. ¡Qué cosas no!
Renunciamos al trabajo porque no era bueno, nos tenían agobiados. Ya no nos veíamos diariamente, pero mantuvimos el contacto y a veces nos veíamos en la uni. Siempre me ayudaba en todas las cosas que yo necesitara y yo a él, pero llegó un momento en que por circunstancias de la vida nos fuimos distanciando poco a poco, él conoció a otras chicas y yo a otros chicos, cada quien andaba en lo suyo. Pasó muchísimo tiempo, hasta nos graduamos y todo, nos escribíamos que si 3 veces al año, o mis amigos que aún seguían en la uní me hacían comentarios de él.

Hasta que hace 2 años nos volvimos a reencontrar porque nos tocó trabajar juntos de nuevo, y nos dimos cuenta que todo seguía igual, siendo los mismos amigos de siempre, pero esta vez nos sentíamos más unidos que nunca, yo ya no era la chica enamorada e inocente, ya eso había quedado en el pasado, nos conocimos muchísimo más, esta vez no era el chico tímido y callado, se mostraba tal cual era, y déjenme decirles que aquel comentario que le habían hecho a mi amiga era tan cierto, era todo un picaflor, me contaba de todas las chicas que conquistaba y yo me reía diciéndole “Qué sinvergüenza eres, pobres chicas, no me gustaría estar en su lugar” y él siempre con su sonrisa pícara de niño malo.

Llegó el día en que nos tuvimos que despedir de nuevo; se iba del país. Me puse triste, lloré con su partida porque se iba mi mejor amigo, pero como todos sabemos, era por un mejor futuro, y hoy en día nos separan kilómetros de distancia, pero nuestra amistad sigue estando más fuerte que nunca y él me sigue contando todas sus vagabunderías, las cuales han sido muchísimas (yo le digo que no sea así, que pobres chicas, que no sea tan perro, que se porte bien, pero él me dice que no lo puede evitar, aun así lo quiero mucho). Por eso, como dice el título de mi confesión, cuando la vida te dice que no, es mejor hacerle caso, porque no me hubiese imaginado estando con alguien así, ¿Cuántas veces no me habría engañado? ¿Cuántos cuernos no me hubiese puesto? Seguramente me habría dado cuenta, pero habría sido una relación dañina para mí, ahí si es verdad que hubiese quedado con el corazón destrozado, y agradezco enormemente a la vida el que solo nos hubiésemos convertido en mejores amigos.

            
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